Esta epidemióloga ayuda a prevenir la propagación del COVID-19 en el campo de refugiados más grande del mundo

Autor: Jacky Habib

Photo by Fabeha Monir

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En marzo, cuando Uganda cerró sus fronteras después del primer caso positivo de coronavirus en el país, Rebecca Rachel Apolot se dio cuenta de que no podía volver a casa.  

“Lloré todos los días”, afirmó. “No sé cómo salí adelante”.

En enero, la epidemióloga había dejado a su familia y su hogar en Uganda para viajar a Bangladesh, donde pasaría dos meses ayudando a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a controlar la propagación de un brote agudo de diarrea en Cox’s Bazar. 

Justo cuando el contrato de Apolot concluía y esperaba regresar a casa, se quedó varada. 

“El hecho de no estar cerca de mi hijo para asegurarme de que estaba bien era mi principal preocupación”, afirmó Apolot, sobre su hijo de 13 meses de edad Josiah. “Cuando pensaba acerca de mi hijo y de estar varada aquí [en Bangladesh], sentía que había personas más vulnerables aquí, bebés más vulnerables”.

Mientras Apolot mantenía el contacto con la familia a través de video llamadas, enfocó su atención en la prevención de la propagación del coronavirus en el campo de refugiados. 

WHO Infection Prevention and Control Specialist Rebecca Rachel Apolot (right) speaks with a doctor at a Severe Acute Respiratory Infection Isolation and Treatment Center (SARI ITC) in a Rohingya camp.
WHO Infection Prevention and Control Specialist Rebecca Rachel Apolot (right) speaks with a doctor at a Severe Acute Respiratory Infection Isolation and Treatment Center (SARI ITC) in a Rohingya camp.
Image: Fabeha Monir

Los países en el mundo comenzaron a reportar casos del virus. Apolot, una asesora en control y prevención de infecciones, sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que llegara al asentamiento de refugiados. 

“Decíamos si alguien está enfermo mantén una distancia, pero no es en realidad posible en el campo porque un pequeño refugio es compartido por toda una familia, no puedes mantener distancia”, le dijo a Global Citizen. 

Debido a la violencia sectaria de los rohingya, una minoría étnica de Myanmar, un éxodo masivo ha convertido a Cox’s Bazar, una ciudad en la costa sureste de Bangladesh, en el asentamiento de refugiados más grande del mundo, el cual acoge a más de 860,000 refugiados

(L) Overhead view of the world's largest refugee camp in Cox's Bazar, Bangladesh, July 2020. (R) Rohingya mothers arrive with their sick children in the health care facilities for treatment in Cox's Bazar, July 2020.
(L) Overhead view of the world's largest refugee camp in Cox's Bazar, Bangladesh, July 2020. (R) Rohingya mothers arrive with their sick children in the health care facilities for treatment in Cox's Bazar, July 2020.
Image: Fabeha Monir

Además de la alta aglomeración en los campos, la falta de ventilación en los hogares, el uso comunal de letrinas y los puntos de agua preocupaban en particular a los expertos en salud, quienes, según Apolot, predijeron que los campos presenciarían 1,000 infecciones de COVID-19 al día, lo que causaría efectos desastrosos. 

“Pensábamos que se propagaría como un incendio forestal”, afirmó Apolot. 

Para prevenir la propagación, la OMS estableció retenes afuera del asentamiento de refugiados donde a la gente que llegaba al campo se le tomaba la temperatura, además de examinarlos en busca de síntomas. 

En abril, la OMS y socios globales lanzaron el Access to COVID-19 Tool (ACT) Accelerator para incrementar los esfuerzos contra el virus a través del desarrollo rápido de pruebas, tratamientos y vacunas, además de reforzar los sistemas de salud más vulnerables del mundo, como los de Cox’s Bazar. 

Apolot y el equipo de la OMS trabajaron con el gobierno de Bangladesh y organizaciones humanitarias para coordinar su respuesta al brote. El campo, el cual cuenta con 96 puestos de salud y 36 centros de salud primarios, necesitaba más instalaciones para tratar a los pacientes con coronavirus. 

WHO Infection Prevention and Control Specialist Rebecca Rachel Apolot (left) is pictured in a Severe Acute Respiratory Infection Isolation and Treatment Center (SARI ITC) in a Rohingya camp.
WHO Infection Prevention and Control Specialist Rebecca Rachel Apolot (left) is pictured in a Severe Acute Respiratory Infection Isolation and Treatment Center (SARI ITC) in a Rohingya camp.
Image: Fabeha Monir

En pocos meses, se diseñaron y construyeron 15 nuevas instalaciones conforme a los estándares de la OMS.

“Estábamos listos, teníamos las camas y todo lo demás. Para cuando apareció nuestro primer caso, teníamos nuestro equipo de protección personal, teníamos nuestro oxígeno, todo estaba montado”. 

Lo cual distaba mucho del caso en Sierra Leona, donde Apolot acudió a un brote de Ébola en 2014 y 2015. 

“El mundo sabía que esto [COVID-19] llegaría. En Sierra Leona, donde queríamos tener centros de tratamiento, la gente ya estaba muriendo en casa, no tuvimos centros de cuarentena”, afirmó.

Si bien, Bangladesh reportó sus primeros casos positivos de COVID-19 en marzo, no fue hasta mayo que se reportó el primer caso en Cox’s Bazar. 

Al 8 de diciembre, ha habido más de 480,000 casos de coronavirus y 6,906 muertes como resultado del virus en Bangladesh. Entre los refugiados rohingya en Cox’s Bazar ha habido poco más de 400 casos de COVID-19 y 10 decesos. En la comunidad anfitriona ha habido más de 5,000 casos y 73 fallecimientos, según le dijo Apolot a Global Citizen por correo electrónico.

“Las cifras son mucho, mucho, mucho más bajas [que las estimaciones], no se ha dado ni siquiera el 10% de lo que se pronosticó al día”, afirmó Apolot sobre Cox’s Bazar. “Preparamos bastantes camas y nunca las hemos llenado hasta su capacidad”.

Nurresha waits with her child to take a COVID-19 test in a health care facility in a Rohingya camp in Cox's Bazar, Bangladesh, July 2020.
Nurresha waits with her child to take a COVID-19 test in a health care facility in a Rohingya camp in Cox's Bazar, Bangladesh, July 2020.
Image: Fabeha Monir

Apolot encontró deficiencias importantes al evaluar la prevención de enfermedades y el control de infecciones en el campo. Utilizó los materiales de la OMS para crear directrices y listas de control para los trabajadores de la salud en el campo con el propósito de mejorar los estándares de salud, saneamiento e higiene, como la esterilización de los equipos. Junto con un equipo, Apolot capacitó a 43 trabajadores de asistencia médica que subsecuentemente capacitaron a más de 2,600 en el campo. 

También ayudó a desarrollar videos para los trabajadores humanitarios y refugiados sobre temas como lavado de manos y el distanciamiento físico. 

En un día típico, Apolot viaja a varias instalaciones de salud y a las salas para pacientes en el campo con el fin de evaluar sus operaciones e investigar cualquier caso de infección de COVID-19 entre los trabajadores de asistencia médica.

“La respuesta al coronavirus y la coordinación es excelente aquí, y la verdad es que hay dinero para dar respuesta”, afirmó.  

Cuando Uganda abrió sus fronteras en octubre, Apolot regresó a casa para ver a su familia, pero decidió que regresaría a Cox’s Bazar, para continuar con su trabajo. 

“La primera vez [que dejé a Josiah], lloré todo el camino de Uganda a Doha”, afirmó Apolot. “Esta vez, solo lloré cuando estaba saliendo de casa, dándole un abrazo y la abuela dijo, ‘debes dejar ir a mamá. Debes permitirle que se vaya’”.

Apolot, quien habla con su familia todos los días — y le cuenta un cuento a Josiah antes de dormir cada noche — afirmó que está agradecida con la tecnología y con sus colegas en Cox’s Bazar que pueden entender cómo se siente estar lejos de la familia, pero cuyo compromiso firme para responder ante el COVID-19 dentro del campo de refugiados es admirable. 

“Pienso que ésto es lo mejor que puedo hacer por la humanidad. Esto es lo mejor que puedo ofrecer”.  

WHO Infection Prevention and Control Specialist Rebecca Rachel Apolot (left) is pictured in a Severe Acute Respiratory Infection Isolation and Treatment Center (SARI ITC) in a Rohingya camp. “I feel this is the best thing I can do for humanity,” she said.
WHO Infection Prevention and Control Specialist Rebecca Rachel Apolot (left) is pictured in a Severe Acute Respiratory Infection Isolation and Treatment Center (SARI ITC) in a Rohingya camp. “I feel this is the best thing I can do for humanity,” she said. “This is the best thing I can offer.”
Image: Fabeha Monir


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